En la España de los años 30 hubo una terrible persecución religiosa que muchos españoles desconocen.
El siguiente documental -La Cruz y la Gloria- dirigido por Diego Urbán cuenta esta persecución.
César Vidal hizo uno de sus "Corría el año" titulado "Los mártires de la Guerra Civil" en el que incluyó el documental anterior. Ángel David Martín Rubio y José Francisco Guijarro son los sacerdotes e historiadores que intervienen en él.--->
El documental se vende junto... con el libro de Ángel Martín David Rubio "La cruz, el perdón y la gloria" del que paso a copiar un extracto a continuación.---> Refiriéndose a la situación de la Iglesia Católica en la zona de España controlada por el Frente Popular, alguien [v. A. de Lizarra, Los vascos y la República Española, Ekin, Buenos Aires, 1944] escribía a los pocos meses de comenzar la Guerra Civil: a) Todos los altares, imágenes y objetos de culto, salvo muy contadas excepciones, han sido destruidos, los más con vilipendio. b) Todas las iglesias se han cerrado al culto, el cual ha quedado total y absolutamente suspendido. c) Una gran parte de los templos, en Cataluña con carácter de normalidad, se incendiaron. (...) e) En las iglesias han sido instalados depósitos de todas clases, mercados, garajes, cuadras, cuarteles, refugios y otros modos de ocupación diversos (...) f) Todos los conventos han sido desalojados y suspendida la vida religiosa en los mismos. Sus edificios, objetos de culto y bienes de todas clases fueron incendiados, saqueados, ocupados y derruidos. g) Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y fusilados sin formación de causa por miles, hechos que, si bien amenguados, continúan aún, no tan sólo en la población rural, donde se les ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en las poblaciones. Madrid y Barcelona y las restantes grandes ciudades suman por cientos los presos en sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter de sacerdote o religioso. h) Se ha llegado a la prohibición absoluta de retención privada de imágenes y objetos de culto. La policía que practica registros domiciliarios (...) destruye con escarnio y violencia imágenes, estampas, libros religiosos y cuanto con el culto se relaciona o lo recuerda. Aunque apenas dan una idea de lo realmente ocurrido, estas palabras resultan suficientemente descriptivas, sobre todo porque no pertenecen a ningún documento de propaganda del bando contrario, sino que forman parte de un informe presentado el 9 de enero de 1937 por Manuel de Irujo, dirigente del Partido Nacionalista Vasco, ministro sin cartera en los dos gobiernos de Largo Caballero y ministro de Justicia en el gabinete de Negrín. En estas mismas circunstancias, el papa Pío XI habló el 14 de septiembre de 1936 de "verdaderos martirios en todo el sagrado y glorioso significado de la palabra", poniendo de relieve poco después, en su encíclica Divini Redemptoris: El furor comunista no se ha limitado a matar a obispos y millares de sacerdotes, de religiosos y religiosas, buscando de un modo particular a aquellos y a aquellas que precisamente trabajan con mayor celo con los pobres y los obreros, sino que además ha matado a un gran número de seglares de toda clase y condición, asesinados aún hoy día en masa, por el mero hecho de ser cristianos o al menos contrarios al ateísmo comunista. Y esta destrucción tan espantosa es realizada con un odio, una barbarie y una ferocidad que jamás se hubieran creído posibles en nuestro siglo. Efectivamente, España sufrió entre 1931 y 1939 una persecución religiosa de tal entidad que, para encontrar un paralelismo, habría que remontarse a los primeros siglos del cristianismo. Pero hay algo más. En el mismo discurso a quinientos españoles, Pío XI mandaba su bendición "a cuantos se habían propuesto la difícil tarea de defender y restaurar los derechos de Dios y de la religión", y, al acabar la guerra, el papa Pío XII concebía el primordial significado de la victoria nacional en los siguientes términos: El sano pueblo español, con las dos notas características de su nobilísimo espíritu, que son la generosidad y la franqueza, se alzó decidido en defensa de los ideales de fe y civilización cristiana, profundamente arraigados en el suelo fecundo de España; y ayudado de Dios, "que no abandona a los que esperan en Él"(Iud 13,17), supo resistir el empuje de los que, engañados con lo que creían un ideal humanitario de exaltación del humilde, en realidad no luchaban sino en provecho del ateísmo. Probablemente aquí radica la gran incomodidad que provoca, setenta años después, hablar de la persecución religiosa en España, no tanto entre quienes se proclaman continuadores de la ideología de los verdugos sino entre aquellos que deberían haber recogido la herencia de unos héroes y mártires que están inseparablemente unidos a una guerra civil que adquirió caracteres de Cruzada. Una simbiosis que se produce no sólo por la coincidencia cronológica, sino por una íntima comunión de ideales en la defensa de la fe y de la civilización occidental cristiana, magníficamente expresada en figuras como la del Beato Anselmo Polanco, obispo de Teruel, firmante de la Carta colectiva en la que el Episcopado Español daba cuenta al mundo de lo que estaba ocurriendo en España y mártir en febrero de 1939. Subyace en esta negativa a aceptar el componente religioso de una guerra que ha influido de manera tan directa en la situación actual del catolicismo español no sólo la pervivencia de corrientes historiográficas que pretenden soslayarlas o negarlas por simples prejuicios ideológicos, sino un profundo sentimiento de incomodidad que embarga a algunos sectores de la Iglesia actual a la hora de admitir –en un momento en que el pluralismo (o lo que se nos presenta como tal) está consagrado como uno de los pilares de la convivencia– que puedan producirse enfrentamientos por razones religiosas. Además, como lo religioso no se limitó en la guerra de España al terreno de lo puramente personal e individual, sino que se asumió como orientación católica de la vida en todos sus aspectos, también el social y político, se explica el rechazo y el escándalo en muchos sectores. Desde esta perspectiva, se entiende la percepción del fenómeno en algunos momentos, incluso en instancias oficiales de la propia Iglesia. Así, se puede hablar de los años del silencio (coincidentes en el tiempo con el pontificado de Pablo VI, quien dejó paralizados los procesos de beatificación de los mártires) y los años de la distorsión (incluso en nuestros días, cuando desde determinados sectores se prescinde de cualquier conexión entre la persecución religiosa y el carácter de Cruzada de la Guerra Civil). En aquel silencio hubo mucho de olvido y desamor: ¿cómo iban a hablar de los mártires de España tantos que se estaban dejando seducir por el señuelo de las ideologías derrotadas en 1939? ¿Cómo iban a hacerlo aquellos que querían abatir el régimen político entonces vigente en España silenciando que uno de los motivos del alzamiento fue el religioso? E incluso en nuestros días, ¿no estorba el recuerdo de los mártires a una mentalidad dominante que ha hecho de la idea abstracta de democracia una religión civil y que, con violenta distorsión de la historia, ha identificado al bando llamado republicano con los adalides de la libertad y la democracia? Para llegar al fondo de la cuestión y del sentido de aquellas palabras de Pío XII resulta necesaria la explicación de lo ocurrido entre 1931 y 1939, ya que desde el primer momento se han aducido dos justificaciones que no resultan sostenibles: que la persecución religiosa tenía carácter socioeconómico, no propiamente religioso, y que constituyó una represalia contra el apoyo de la Iglesia al bando nacional durante la Guerra Civil. Un análisis objetivo nos revela que el inicio de la persecución religiosa fue anterior a 1936; se remonta a 1931, cuando llegó al poder una coalición de republicanos burgueses y socialistas que coincidían en considerar a la religión como un obstáculo al progreso y un respaldo de las formas conservadoras de poder. Otra cosa es que la guerra (o mejor dicho, la definitiva desaparición del estado de derecho entre febrero y julio de 1936) permitiera a ese laicismo alcanzar una virulencia que antes no había sido posible. Los artículos de la Constitución y las medidas tomadas con posterioridad demostraron que se pretendía elaborar un marco legal negando la existencia política, social y cultural de un amplio sector de la sociedad española y, además, consagrando esta exclusión en el plano jurídico. El paso siguiente sería la invasión de la esfera de la intimidad y hasta de la vida. La quema de conventos, la persecución religiosa legislativa y la eliminación masiva de eclesiásticos y seglares en 1934 y 1936-1939 serían pasos sucesivos de una misma secuencia lógica en la que finalmente acabaron dándose la mano dos formas de laicismo: el elitista y burgués de los partidos liberales (con la legislación) y el populista de los partidos revolucionarios (con la acción directa). Menos fundamento aún tiene justificar la persecución religiosa por los defectos seculares de la Iglesia. La tesis sostenida puede resumirse con pocas palabras [v. Manuel Tuñón de Lara, Historia de España, IX, Labor, Barcelona, 1981]: La Iglesia hizo una perfecta ecuación de orden, paz y religión con los intereses políticos y económicos de una clase, olvidando e ignorando dónde estaba la verdad de un pueblo oprimido y que en el otro bando la "persecución religiosa" fue en gran parte la respuesta a la agresión violenta del bando que la Iglesia defendía. Otras veces se afirma que las muertes de eclesiásticos ocurridas durante la Guerra Civil habrían tenido como objetivo acabar con "activos agentes al servicio de los intereses de los sectores sociales rurales tradicionalmente dominantes" [v. Francisco Cobo Romero, La Guerra Civil y la represión franquista en la provincia de Jaén, Diputación Provincial de Jaén, Jaén, 1993]; más que de persecución religiosa o de laicismo habría que hablar, todo lo más, de un anticlericalismo explicado por el fácil recurso de la lucha de clases. Los sacerdotes y religiosos habrían muerto, dejando aparte otras explicaciones más peregrinas, debido a que la Iglesia Católica se habría ganado la animadversión del pueblo por haberse olvidado de éste, no haber atendido sus necesidades y haberse aliado estrechamente con los sectores reaccionarios y capitalistas. Con razón ha dicho Pío Moa [Los mitos de la Guerra Civil, La Esfera, Madrid, 2003] que si diéramos crédito a semejantes afirmaciones llegaríamos al absurdo de tener que afirmar que el Frente Popular anhelaba una Iglesia "intelectualmente brillante, pastoralmente eficaz, firmemente asentada en la conciencia popular y sin un solo cura reprobable, y que la persiguió por sentirse frustrado en sus buenos deseos". Pero la persecución religiosa no tuvo como única ni principal causa los vicios o defectos de los eclesiásticos ni de los católicos en general, sino que fue el resultado de la aplicación práctica de unas ideologías que son esencialmente anticristianas y que difunden la crítica a la Iglesia Católica como consecuencia obligada de sus tesis fundamentales. En un primer momento coincidieron en esta ofensiva las fuerzas que protagonizaron los primeros pasos de la República. Socialistas, anarquistas, comunistas, republicanos de izquierda y algunos regionalistas diferían entre sí en casi todo: en la forma del Estado, en la organización económica, en la consideración hacia los grupos sociales, en el papel de la religión, la cultura y la enseñanza... Únicamente había un punto de coincidencia: la voluntad decidida de construir artificialmente una sociedad carente de todo fundamento religioso. Poco importa que algunos de ellos dejaran un lugar irrelevante a dichas creencias en un rincón discreto de la conciencia mientras que otros optaban por una persecución en la que no había lugar ni para esos espacios de intimidad. Al final, serían los sectores más radicales los que actuaron sin trabas, sirviéndoles de comparsa los pretendidamente moderados, como ocurriría de manera trágica en el caso de los nacionalistas vascos. Ahora bien, la propia evolución política de la República y de la España en guerra iba a provocar la marginación de los republicanos y la persecución directa a los anarquistas, desembocando en una situación cuyo protagonismo decisivo corresponde a organizaciones marxistas de inspiración soviética, primero por la seducción que lo ocurrido en Rusia desde 1917 causaba en los fanáticos seguidores del socialista Largo Caballero, el Lenin español, y después porque el intervencionismo soviético en la guerra acabará provocando una total dependencia de la zona llamada "republicana". De aquí que en el magisterio episcopal y pontificio se identifique lo ocurrido en España con una persecución causada por el comunismo. Las presuntas deformaciones, e incluso los abusos concretos que pudieran existir, resultan (desde la perspectiva que venimos exponiendo) argumentos para la polémica laicista, no las razones que dan origen a esa ideología. Así, cuando la Iglesia no lograba hacerse presente en todos los ambientes de las clases más bajas era criticada por el abandono en que dejaba a los pobres y obreros, y cuando lograba hacerlo (a través de las personas o de las instituciones educativas y asistenciales) era condenada por la manera en que ejercía su acción social y presentada como una sucursal de la burguesía dominante. (...) Desechadas, pues, explicaciones simplistas, parece más apropiado buscar las raíces de la persecución religiosa (...) en el conflicto con las ideologías que la protagonizaron, no sin antes recordar que, desde el punto de vista historiográfico, han sido muy numerosas las publicaciones que se han ocupado de este tema. A pesar del tiempo transcurrido, la Historia de la persecución religiosa publicada en 1961 por Antonio Montero Moreno, entonces director de la revista Ecclesia y hoy arzobispo emérito de Mérida-Badajoz, sigue siendo el trabajo de síntesis más completo sobre el tema que nos ocupa, tanto por el análisis riguroso y crítico del fenómeno persecutorio desde sus orígenes como por la abundante documentación aportada y, sobre todo, por los datos globales sobre el número de víctimas, que han sido aceptados desde entonces. Artículo con fotos incluidas ______________________ He encontrado en internet un magnífico artículo, también firmado por A. D. Martín que paso a copiar: La persecución religiosa de 1931-1939 y su impacto sobre la Iglesia española por Ángel David Martín Rubio Hablar de la situación de los cristianos en Europa dentro de un tema sobre las Persecuciones religiosas en el mundo contemporáneo , obliga a referirse a la situación de los católicos o del catolicismo en España , situación que en buena medida puede considerarse estrechamente vinculada a una de las más cruentas persecuciones religiosas que ha padecido la Iglesia en el siglo XX y en toda su historia. Nos referimos a la que, con raíces en el período anterior, se desencadenó desde el poder, bajo su amparo o con total impunidad entre mayo de 1931 y marzo de 1939. Situando la persecución religiosa en un contexto más amplio podría hablarse de lo que se han llamado Raíces cristianas en la Guerra de España[1]. Es decir, que uno de los factores que en ella estuvieron presentes y actuaron en forma decisiva fue lo religioso[2], aunque no todos compartan la apreciación o la interpreten de manera diversa. Como negar lo evidente resulta empresa difícil, los que ponen en cuestión estas raíces religiosas no pueden ocultar las manifestaciones de lo religioso que van desde los templos incendiados o las imágenes profanadas, a los Tercios de requetés avanzando a la sombra del crucifijo o al entusiasmo por la celebración de la Misa después de años sin poder hacerlo en una población recién liberada. Pero lo que sí hacen es reinterpretarlas: a lo más se concede que los motivos religiosos aparentes no son más que la simple fachada de los verdaderamente decisivos de orden político, económico, social... y en cuanto a la saña persecutoria (también difícilmente disimulable pues sus autores no se recataban en hacer alarde de los excesos cometidos) no sería sino la legítima depuración de los pecados seculares de la Iglesia española, siempre al lado de los poderosos; únicamente se trataba de eliminar a los que alguien ha definido como “activos agentes al servicio de los intereses de los sectores sociales rurales tradicionalmente dominantes”[3]. Recientemente asistimos al intento de presentar el anticlericalismo como algo semejante a un movimiento cultural y a sus representantes como unos paladines del progreso y la liberación. Pero por debajo de esta negativa a aceptar las referencias religiosas de una guerra que ha influido de manera tan directa en la situación actual del catolicismo español, no sólo se encuentra la pervivencia de corrientes historiográficas que pretenden soslayarlas o negarlas por simples prejuicios sino que se encuentra un profundo sentimiento de incomodidad que embarga a eclesiásticos y seglares a la hora de admitir, en un momento en que el pluralismo ideológico (o lo que se nos presenta como tal) está consagrado como uno de los pilares de la convivencia, que puedan producirse enfrentamientos por razones religiosas. Si, además, lo religioso no se limitó en la guerra de España al terreno de lo puramente personal e individual sino que se asumió “como orientación cristiana, católica, de la existencia humana en todas sus vertientes, entre ellas, por tanto la social y la política”[4], se explica el rechazo y el escándalo en muchos sectores. También así se entiende la curiosa evolución que la propia Iglesia ha seguido en su percepción del fenómeno y que describe en los siguientes términos un testigo de primera mano, seguramente sujeto y autor del proceso a que se refiere: Durante mis años de novicio y seminarista, en las comunidades claretianas se palpaba el espíritu de los mártires, su piedad, su fervor, su maravillosa fidelidad. Vivían todavía algunos superiores o formadores suyos, los pocos que no fueron asesinados; había entre nosotros compañeros y hasta parientes o paisanos de los mártires. Se comentaban con frecuencia anécdotas, recuerdos. Las casas que habitábamos, los libros que usábamos, las oraciones, los lugares de nuestros paseos y excursiones, rezumaban recuerdos de los mártires. Humana y religiosamente crecimos en intensa familiaridad con ellos, acompañados de una difusa presencia espiritual que ha dejado su huella imborrable en lo más profundo de nuestra personalidad religiosa y misionera (...) Luego vinieron unos largos años de silencio. Silencio, discernimiento y purificación. La Iglesia española ha necesitado tiempo para asimilar el perdón que ellos ofrecieron a sus verdugos. Hemos necesitado tiempo para distinguir cosas y cosas, para separar la causa religiosa de las causas sociales y políticas, para distinguir con claridad los tres o cuatro conflictos, de naturaleza diferente, que se trenzaron en una sola tormenta arrasadora. En los decenios del setenta y del ochenta, el silencio de la Iglesia española y universal ha sido un silencio de purificación y de respeto. Ha sido también una contribución a la imprescindible reconciliación, objetivo primario, en lo político y en lo religioso para los españoles. Pero este silencio no era desamor ni olvido”[5]. Naturalmente, discrepo de la interpretación que se da a los años del silencio. Seguramente que sus causas se pueden poner en relación con móviles menos elevados que la purificación y la reconciliación; estoy seguro que en aquel silencio hubo mucho de desamor y de olvido motivado por el escándalo a que me refería. Entre los años 60 y 80 ¿cómo iban a hablar de los mártires de España tantos que se estaban dejando seducir por el señuelo del socialismo y del comunismo? ¿O que querían abatir el régimen político entonces vigente en España silenciando una de las más hondas y sinceras justificaciones del estado de cosas a que habían llegado las relaciones Iglesia-Estado? E incluso en nuestros días ¿no estorba el recuerdo de los mártires a una mentalidad religiosa y civil que ha hecho suyas las máximas del liberalismo y que, con violencia y distorsión de la historia, ha identificado al bando llamado republicano con los adalides de la libertad y la democracia? Sí, hubo mucho desamor y mucho olvido. Pero el escándalo no nos libra de la necesaria explicación y, una vez admitidas las raíces religiosas del fenómeno así como la secuencia lógica: persecución religiosa à Cruzada (y no al revés) queda en el aire la pregunta: ¿Cómo en un pueblo profundamente religioso como el español pudo estallar semejante persecución religiosa?[6]. Hay dos explicaciones que no me resultan convincentes y que se han intentado desde un primer momento: que la persecución religiosa tenía carácter exclusivamente social y no religioso y que constituyó una represalia contra el levantamiento (que se suponía incitado y apoyado por el clero) o contra toda una serie de pecados seculares de la Iglesia española (alianza con el poder, falta de inquietud social, intransigencia...). Esta última explicación, además de haber sido lanzada como acusación con carácter polémico comenzó a abrirse paso (en un principio con indudable buena voluntad de reconocer los errores propios) ya en los años posteriores a la guerra cuando se empezó a caer en las primeras manifestaciones de un mea culpismo que ha llegado en nuestros días a extremos aberrantes. Y sobre todo es una explicación ingenua que quiere olvidar cómo doctrinas de tanta influencia sobre las organizaciones obreras como el anarquismo o el marxismo son esencialmente ateas y difunden la crítica a la Iglesia como consecuencia obligada de sus tesis fundamentales. Las deformaciones o abusos concretos son, desde dicha perspectiva, más argumentos para la polémica que razones que realmente motivan esas posiciones anticlericales. Así, cuando la Iglesia no lograba hacerse presente en todos los ambientes de las clases más bajas, era criticada por el abandono en que dejaba a los pobres y obreros y cuando lograba hacerlo —a través de las personas o de las instituciones educativas y asistenciales— era condenada por la manera en que ejercía su acción social y presentada como una sucursal de la burguesía dominante[7]. Me parece que el único camino de explicación pasa por la constatación de una serie de hechos y, a partir de ellos tratar de establecer no una simple relación causa-efecto sino una comprensión más adecuada del impacto que sobre la Iglesia española ejerció la persecución religiosa entre 1931 y 1939 y de las consecuencias de dicho fenómeno en su trayectoria posterior. Por eso quiero referirme a una serie de circunstancias que sirvan para progresar en esta explicación y que ayuden a centrar un posible debate: La doble cara del anticlericalismo en España El anticlericalismo puede definirse[8] como una actitud ideológica que, dentro de su particular visión de la realidad considera a la Iglesia católica -en tanto que institución- como el principal representante de un Antiguo Régimen superado, como el enemigo fundamental de la Modernidad. Para ser anticlerical no es necesario quemar iglesias o asesinar a eclesiásticos, basta con teorizar, polemizar y elaborar una visión crítica global de la Iglesia Católica y sus miembros. Este anticlericalismo que acabará conduciendo a una persecución religiosa añade otros matices pero va íntimamente unido al proceso de secularización que tiene lugar en Europa desde el Renacimiento. La secularización del mundo moderno es un proceso histórico en el curso del cual los diversos ámbitos de la vida humana (concepciones, costumbres, formas de sociedad, política, economía, educación, derecho...) o la totalidad de los mismos dejan de estar determinados por lo religioso. Pero el fenómeno al que nos referimos supera a esta secularización que -debido a su ambivalencia- puede contar también con aspectos positivos. Cuando el reconocimiento de la secularidad propia del mundo se convierte en una ideología al servicio de un programa opuesto a la religión y de unas filosofías positivistas o materialistas, debemos hablar de una realidad mucho más amplia que se define generalmente con el término anticlericalismo (palabra polémica y referida a una actitud que puede conservar elementos teísticos pero que es hostil a la Iglesia y especialmente a algunas de sus intervenciones socio-políticas[9]). Un vocablo semejante es el de laicismo[10]: tendencia a excluir a la Iglesia de las cuestiones socio-políticas. Al servicio de esta tarea, el Estado que, paradójicamente, se definía a sí mismo como constitucional y liberal, era visto por muchos como un instrumento esencial en la tarea de secularizar las conciencias. Y es que este anticlericalismo no se limita a excluir lo religioso de toda relevancia en la configuración de la vida social y por ello no tiene reparo en invadir y perseguir ciertos comportamientos y prácticas individuales, estrictamente privados. La confusión de lo público y lo privado -mejor dicho, la subordinación de lo segundo a lo primero- era uno de los elementos que, en la practica, determinaba el discurso ideológico anticlerical, olvidando que (al menos en teoría) el liberalismo había diferenciado con claridad ambas esferas, estableciendo los límites de lo público como garantía del derecho y la libertad del individuo[11]. Este doble fenómeno -la utilización del Estado y la invasión de la esfera privada- se habría de ver con especial claridad en la persecución religiosa desencadenada en España durante los años de la Segunda República (1931-1939). Los artículos de la Constitución y sus disposiciones complementarias demostraron que se pretendía elaborar un marco legal negando la existencia política, social y cultural de un amplio sector de la sociedad española y, además, consagrando esta exclusión en el plano jurídico con medidas como el no reconocimiento de la Iglesia como institución de Derecho público, la extinción del presupuesto del clero, la disolución de la Compañía de Jesús, la prohibición de la enseñanza a las órdenes religiosas, etc. El paso siguiente sería la invasión de la esfera de la intimidad y hasta de la vida. La quema de conventos, la persecución religiosa legal y la eliminación masiva de eclesiásticos y seglares en 1934 y 1936-1939 serían pasos sucesivos de una misma secuencia lógica en la que finalmente acabaron dándose la mano dos formas de anticlericalismo. El anticlericalismo en España tuvo una doble raíz, intelectual y popular, que ahondó sus bases en las estériles diatribas del siglo XIX. El primero planteó su política partiendo de la escuela y de la universidad, luchando en defensa de una libertad de enseñanza que la Iglesia había impedido durante siglos, amparada en la monarquía absoluta y liberal. El segundo había manifestado en España su virulencia desde la semana trágica de Barcelona aunque había tenido manifestaciones parecidas casi un siglo antes”[12]. Palacio Atard sintetiza esta doble forma afirmando que “la raíz intelectual, fruto del subjetivismo liberal y del positivismo científico, considera a la Iglesia enemiga del progreso; y la raíz popular, con una enorme fuerza pasional, descarga sus emociones en un enconado odio a la Iglesia”[13]. Pero esta distinción no debe hacer olvidar que ambos anticlericalismos estuvieron siempre muy unidos pues cuando el pueblo saqueaba o incendiaba edificios religiosos, e incluso cuando asesinaba a los sacerdotes, lo único que hacía era poner en práctica las consignas difundidas por la prensa y las publicaciones anticlericales: A agriar más los ánimos y enfrentar implacablemente a media España con la otra media contribuyeron, no menos que los incendios y la legislación apasionada, las propagandas sistemáticas del laicismo, la pornografía y la irreligión, que cayeron como enjambre oscuro sobre una masa inculta, incapaz de resistirlas”[14]. Al mismo tiempo, los líderes políticos en sus demagógicos discursos enardecían a las masas con delirantes propuestas. Es conocido el tono empleado por Alejandro Lerroux en vísperas de la Semana Trágica de Barcelona: Jóvenes bárbaros de hoy: entrad a saco en la civilización decadente y miserable de este país sin ventura; destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias y elevadlas a la categoría de madres para virilizar la especie; penetrad en los Registros de la propiedad y haced hogueras con sus papeles para que el fuego purifique la infame organización social; entrad en los lugares humildes y levantad legiones de proletarios para que el mundo tiemble ante sus jueces despiertos. Hay que hacerlo todo nuevo, con los sillares empolvados; pero antes necesitamos la catapulta que abata los muros y el rodillo que nivele las hogueras... Seguid, seguid... No os detengáis ni ante los sepulcros ni ante los altares... Hay que destruir la Iglesia... Luchad, matad, morir...”[15]. Antonio Montero se refirió a esta trágica dualidad del anticlericalismo con un epígrafe expresivo: “el pueblo quema y el gobierno legisla”[16] poniendo así de relieve cómo antes de que la atmósfera persecutoria llegara al máximo de su enrarecimiento había mediado toda una etapa de legislación ofensiva para las creencias de la mayoría de los españoles en tanto que el pueblo sería pasto de las propagandas más disolventes desembocando en una positiva oposición a lo cristiano que —si bien tiene raíces anteriores— adquiere ahora madurez y nuevas formas de expresión. Era lo que muchos llamaron la apostasía de las masas: “El dolorosísimo fenómeno incluye todavía algo más grave que la deserción material de las masas y su temerosa indiferencia con relación a la Iglesia y al Catolicismo; en realidad, no es simplemente indiferencia, es odio reconcentrado, odio de una ferocidad inhumana, el que sienten hacia la Santa Iglesia y sus representantes. No sólo se han ido, es que se alejaron de nosotros maldiciéndonos, odiándonos, en plan de aniquilarnos despiadadamente si les fuera posible. No solamente han dejado de ser católicos, se han convertido, por lo general, en francamente anticatólicos. Y si es verdad que no todos parecen víctimas de esa hostilidad activa y feroz, es indiscutible que a quienes la alimentan, obedecen, y por ellos se dejan conducir”[17]. Las raíces de la Persecución Religiosa: la lenta gestación y la aceleración de un proceso Cuando se habla de que la Segunda República española tuvo que hacer frente desde sus primeros momentos al denominado problema religioso, se quiere dar la impresión de que en la España de 1931 las creencias religiosas de los españoles eran ya un motivo de conflicto permanente y que se venía arrastrando, como un problema desde años atrás. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Basta tomar en las manos un libro de historia de España y recorrer los acontecimientos del largo período que va entre 1875 y 1931 para comprobar que las cuestiones religiosas ocupan un lugar muy secundario: algunas discusiones en torno a la confesionalidad del Estado y la libertad religiosa al redactar la Constitución, la cuestión de la enseñanza, algunas algaradas que se saldaron con incendios de iglesias y conventos como en Barcelona en 1909, la llamada “Ley del Candado”... y poco más. La cuestión religiosa durante la Restauración, más que un verdadero problema, es una bandera que agitaba el Partido Liberal cuando necesitaba disimular la ausencia de un proyecto político específico. Por eso se puede afirmar que en 1931 los españoles no estaban radical e irremediablemente divididos por cuestiones religiosas. España era un país católico, con una mayoría aplastante que vivía su catolicismo con toda normalidad y también con toda intensidad porque configuraba toda su existencia terrena, desde el nacimiento hasta la sepultura. Sólo determinados grupos tenían en su mente un proyecto, arrastrado durante años, de desterrar a la Iglesia de toda presencia social y de instaurar un laicismo que no era simple neutralidad sino militantemente anti-religioso. El “España ha dejado de ser católica” de Azaña sería la expresión de un deseo más que la neutral constatación de una realidad sociológica. Cuando en abril de 1931 se proclamaba la República la cuestión religiosa no se planteó ni poco ni mucho; estaba ausente. No en vano Alcalá Zamora (ex ministro de Alfonso XIII, no se olvide) había planteado la posibilidad de una República conservadora bajo el patrocinio de S.Vicente Ferrer. Y la Iglesia había aceptado al nuevo régimen por expresas instrucciones de Roma al nuncio Tedeschini que se mantuvo en Madrid con el aval y reconocimiento de los líderes católicos republicanos como el propio Alcalá Zamora y Miguel Maura[18]. Pero las fuerzas que habían tomado el rumbo de la República no estaban dispuestas a aceptar estos proyectos. Y apenas un mes después, ocurrían unos acontecimientos inesperados que iban a poner sobre el tapete la cuestión religiosa: durante los días 11, 12 y 13 de mayo de 1931 en Madrid, Valencia, Alicante, Murcia, Sevilla, Málaga y Cádiz, los asaltos, el saqueo y el incendio de iglesias y conventos fueron episodio corriente sin que la fuerza pública interviniera en su favor hasta que la situación se hizo insostenible. Como prueba de lo que decimos y del ambiente que rodeó a aquellos sucesos transcribimos dos testimonios de primera mano que no pueden considerarse procedentes de un ambiente especialmente clerical. El primero es de Ramiro Ledesma Ramos, el fundador de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista. las oficinas de su periódico La Conquista del Estado estaban en la Gran Vía y los redactores fueron espectadores obligados del incendio de la Iglesia y Residencia de los jesuitas llamada de la Flor:: Próximamente a las diez, un grupo de doce o quince individuos, coreado por otro que no pasaría tampoco de veinte, comenzó a vocear ante el edificio, lanzando alguna que otra piedra. Inmediatamente rociaron la puerta del edificio y empezó a arder, facilitándolo un haz de astillas que llevaban ya dispuesto. En aquel mismo momento llegó una sección de Seguridad, que dispersó a los incendiarios, retirándose éstos hacia la calle de San Bernardo. Desde la esquina de esta calle con la de Dato, donde está la sucursal del Banco de Vizcaya, cuatro o cinco de aquéllos hicieron sobre los guardias unos diez disparos. El incendio entonces no pasaba de la puerta y del pequeño haz de astillas. A los cinco minutos, todavía levísimo el fuego, apareció un coche de bomberos que, ante la no muy acalorada presión de los grupos se retiró sin actuar. También se retiró la sección de guardias. Entonces, dueños ya en absoluto del terreno, los grupos atizaron el fuego, que al poco tiempo alcanzaba proporciones enormes [...] En la redacción del periódico se percibió enseguida el carácter de los incendios de cosa urdida, preparada y efectuada por una minoría, y con la complicidad evidente del Gobierno provisional. Y de tal modo era una ínfima minoría la ejecutora que, desde luego, los redactores de LA CONQUISTA DEL ESTADO afirman que hubiese bastado la intervención, en contra de los incendiarios, de dos o tres docenas de individuos para haber impedido el de la Flor, que fue el incendio más resonante. Y del mismo modo hay que suponer que todos los demás”[19]. El siguiente testimonio es aun más esclarecedor: Enrique Matorras, Ex-secretario del Comité Central de la Juventud Comunista, abandonó el partido para ingresar en la Falange y sería asesinado en agosto de 1936 en la Cárcel Modelo de Madrid por sus antiguos correligionarios que nunca le pudieron perdonar la publicación en 1935 de un libro con el título El comunismo en España desde 1931 a 1934. Sus orientaciones, su organización y su procedimiento. Allí afirma en relación con los sucesos que nos ocupan: Mientras tanto, las células comunistas, que han recibido instrucciones concretas, prenden fuego al convento de jesuitas de la Gran Vía, el cual arde totalmente, impidiendo el público la actuación de los bomberos. Hay que hacer notar que las autoridades, acobardadas, no hacen la menor cosa por impedirlo; al contrario, una sección de caballería que acude al lugar del hecho, se retira ante las ovaciones del populacho enardecido. Los grupos se corren y arde también el templo de Santa Teresa de la plaza de España, el de la calle de Martín de los Heros, el colegio de jesuitas de la calle Alberto Aguilera, el de monjas de clausura de la calle Bravo Murillo, el de Hermanos de las Escuelas Cristianas de Nuestra Señora de Maravillas y el de Chamartín de la Rosa. En ellos se cometen los mayores abusos y sacrilegios. Las autoridades siguen brillando por su ausencia. El partido y la Juventud comunista lanzan la siguiente proclama, impresa en la imprenta “Argis”, donde se tiraba Mundo Obrero: [...] Por ella se ve claramente los objetivos que se escondían en la sombra. La agitación y los incendios de conventos se han realizado bajo los auspicios del partido, como ellos mismos lo dicen, con ánimo de derribar al gobierno, como en Rusia lanzó Lenin a las masas contra el Gobierno Kerenski en octubre de 1917”[20]. Decíamos que resultaba difícil entender estos sucesos y la pasividad de las fuerzas de orden público al servicio del gobierno, pasividad subrayada en los testimonios citados, pero aún es más difícil entender cómo es posible que estos hechos no quedaran como algo aislado sino que durante años se convirtieron en un mal continuo. Después de este episodio denominado de manera impropia como la “quema de conventos” (un término de resabios decimonónicos) los incendios se repitieron por toda España de manera constante. En un cálculo efectuado a partir de los datos transmitidos por la Historia de la Cruzada[21], en 1932 se producen al menos 15 de estos atentados, en su mayoría incendios, en 1933 al menos 69 y entre enero/septiembre de 1934, 25. Se trata de cifras no exhaustivas porque la censura impedía que se divulgasen muchas noticias y otras veces éstas se limitaban al ámbito en que habían ocurrido por tratarse de sucesos de menor importancia. A partir de los incendios de mayo y con su pasividad, el gobierno de la República había dado alas al anticlericalismo popular de los partidos revolucionarios, al menos tolerando sus manifestaciones de violencia. Estos hechos permitieron que se planteara a partir de entonces la cuestión religiosa como un problema candente. A partir de ahora podría manifestarse en su propio terreno el anticlericalismo elitista y burgués de los viejos partidos republicanos y liberales, que se manifestaba en medidas de carácter legislativo pero de gran trascendencia como los artículos de la Constitución y las disposiciones complementarias. Unamuno detectaba muy bien la raíz de estas decisiones con unas palabras que se refieren a los crucifijos pero que tienen aplicación a todas ellas: La presencia del Crucifijo en las escuelas no ofende a ningún sentimiento ni aún al de los racionalistas y ateos; y el quitarlo ofende al sentimiento popular hasta el de los que carecen de creencias confesionales. ¿Qué se va a poner donde estaba el tradicional Cristo agonizante?¿Una hoz y un martillo?¿Un compás y una escuadra? O ¿qué otro emblema confesional? Porque hay que decirlo claro y de ello tenderemos que ocuparnos: la campaña es de origen confesional. Claro que de confesión anticatólica y anti cristiana. Porque lo de la neutralidad es una engañifa”[22]. Con ocasión de los sucesos revolucionarios de octubre de 1934, la persecución religiosa daría un salto cualitativo de trascendental importancia ya que se produjeron los primeros asesinatos de sacerdotes, religiosos y seminaristas. Una vez desarticulado este intento, los atentados antirreligiosos son muy escasos, hecho que demuestra la estrecha vinculación que habían tenido con la organización (ahora desmantelada) de los partidos y sindicatos izquierdistas. En cambio, a partir del triunfo del Frente Popular los incendios y agresiones se convirtieron en episodio corriente hasta desembocar en la explosión sin precedentes de los primeros meses de la guerra civil. Todos los datos acerca de la persecución religiosa durante los años de la Segunda República coinciden en rebatir la difundida opinión de que la persecución religiosa en España durante estos años fue una respuesta espontánea ante el apoyo de la Iglesia a la sublevación que dio paso a la guerra civil o ante la represión desencadenada en zona nacional. El inicio de la persecución religiosa fue anterior a 1936 y no es legítimo relacionar estas acciones con un alzamiento que aún no había tenido lugar. Otra cosa, no menos cierta, es que el comienzo de la guerra permitió al anticlericalismo actuaciones que no habían sido posibles cuando al menos se mantenía la apariencia de un orden legal. En síntesis, no se puede decir que la persecución religiosa fuera una consecuencia de la guerra civil pero es indudable que una de las causas decisivas que llevó al enfrentamiento civil fue la persecución religiosa. Cifras y cronología de la persecución religiosa En ambos casos nos referimos únicamente a los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas pues ocuparnos también de los seglares supondría abordar una cuestión diferente y bastante más compleja. Cifras A la espera de que el estudio que hemos emprendido pueda variar -aunque no sustancialmente- el número de personas consagradas a Dios sacrificadas en la persecución religiosa, las cifras dadas por D.Antonio Montero, hoy Arzobispo de Mérida-Badajoz, en 1961 pueden seguir siendo aceptadas: Grupo Víctimas Porcentaje Clero secular 4184 61.24 Religiosos 2365 34.62 Religiosas 283 4.14 Total 6832 Entre el clero secular se incluyen doce Obispos, el Administrador Apostólico de la diócesis de Orihuela y un centenar de seminaristas. Por diócesis, la más castigadas proporcionalmente fue la de Barbastro (que perdió el 88% de su clero) y en cifras absolutas la de Madrid-Alcalá (334) seguida muy de cerca por Valencia (327), Tortosa (316) y Barcelona (279). La familia religiosa masculina que más víctimas aportó fueron los claretianos (259), seguidos de los franciscanos (226) y Escolapios (204). Entre las religiosas destacan las Adoratrices y las Carmelitas de la Caridad, ambas congregaciones con 26 víctimas. Cronología. Lo primero que llama la atención en estas cifras es su enorme magnitud pero la sorpresa es mayor si hacemos un somero análisis que pone de relieve detalles como los siguientes[23]. - En la provincia de Madrid, desde el 19 al 31 de julio de 1936 fueron asesinados al menos 113 sacerdotes y religiosos. En esas mismas fechas, sólo en la ciudad de Barcelona, las víctimas eran más de 50. - Con respecto a los datos globales, en ese mismo mes de julio las bajas fueron 733 y sólo el día de Santiago, patrón de España fueron 68 los martirizados en diversos lugares. En agosto de 1936 se alcanzó la cifra más elevada con más de 1650: una media de 53 por día, entre ellos 9 obispos. - Cuando el 1 de julio de 1937 los obispos publicaron su justamente célebre “Carta Colectiva” los sacrificados alcanzaban ya la cifra de 5.839 (un 95% sobre el total con fecha conocida). Los restantes cayeron en el año y medio siguiente hasta el final de la guerra. Todavía en febrero de 1939 eran asesinados por el ejército rojo en retirada el obispo de Teruel, su vicario general y otro sacerdote. Como conclusión acerca de la cronología podemos decir que el momento en que se sitúa el máximo de víctimas de la persecución religiosa oscila, según las zonas, entre los diversos meses del verano y el otoño de 1936; pero en la mayoría de las provincias fue agosto la que concentra las cifras más elevadas. A partir de diciembre de 1936 y de los primeros meses de 1937 hay un descenso progresivo del número de víctimas y desde mayo de ese mismo año, y hasta el final de la guerra, las cifras de eclesiásticos asesinados son ya muy reducidas aunque ello no quiere decir que terminara la persecución. En realidad es que los asesinatos en la retaguardia republicana (sin llegar nunca a desaparecer totalmente) remitieron notablemente, en buena parte debido a la adopción de mecanismos de control por parte del gobierno pero también “porque la depuración ya estaba hecha”[24] y porque la represión se orientó hacia otras formas. En todo caso, entre junio de 1937 y marzo de 1939 hemos documentado un centenar de muertes ocasionadas muchas veces entre eclesiásticos movilizados forzosamente y asesinados durante su estancia en los frentes o entre presos ejecutados por el ejército republicano en retirada. Otras manifestaciones de la persecución religiosa También, habría que recordar que en toda la zona sometida a la persecución religiosa, los edificios destinados al culto (iglesias, ermitas y conventos) fueron por regla general convertidos en cárceles, casas del pueblo, almacenes, garajes, cuadras, etc. Pero el contenido de esos templos fue saqueado y quemado entre escenas sacrílegas, burlas, profanaciones, parodias de las ceremonias religiosas y realización de hechos incalificables con las imágenes: “Cuando no se duda en fusilar la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, en mutilar cientos de imágenes y otras profanaciones ¿puede llamarse esto anticlericalismo?” [25]. “Lecciones de la guerra y deberes de la paz” Para terminar, conviene recordar el título de una Carta Pastoral publicada por el Cardenal Gomá inmediatamente después del final de la guerra: Lecciones de la guerra y deberes de la paz; y es que en verdad, la paz vino después de la guerra. En cada zona el fin de la persecución religiosa tenía lugar a medida que era ocupada por los nacionales y se puede decir que la persecución no terminó hasta el 1-abril-1939, con la victoria y el fin de la guerra. Olvidar esto puede ser un nuevo secuestro de la memoria de los mártires ya que se pretende ocultar que también otros muchos dieron su vida en las trincheras para poner fin a aquella persecución religiosa. Oyendo hablar a algunos sobre las relaciones entre la Iglesia y Franco, el bando nacional o el régimen nacido de la guerra civil, creo que se falta a la verdad y se comete una gran injusticia y una imperdonable ingratitud. •- •-• -••• •••-• Ángel David Martín Rubio [1] Rodríguez Aisa, María Luisa, “Las raíces cristianas en la Guerra de España”, en La guerra y la paz. Cincuenta años después, Madrid, 1990, 481-493. [2] “La guerra de España es producto de la pugna de ideologías irreconciliables; en sus mismos orígenes se hallan envueltas gravísimas cuestiones de orden moral y jurídico, religioso e histórico”, Carta Colectiva del Episcopado Español (1-julio-1937), n°2. [3] Cobo Romero, Francisco, La guerra civil y la represión franquista en la provincia de Jaén. 1936-1950, Jaén, 1993, 261. [4] Rodríguez Aisa, María Luisa, op.cit., 482. [5] Sebastián Aguilar, Fernando, prólogo a Campo Villegas, Gabriel, Esta es nuestra sangre. 51 Claretianos mártires. Barbastro, agosto 1936, Madrid, 1992, 18. [6] Garralda Arizcun, José Fermín, “La persecución religiosa en España (1936-1939)”, en La guerra y la paz. Cincuenta años después, op.cit., 499. [7] Cfr. Olábarri Gortázar, Ignacio, “El mundo del trabajo: organizaciones profesionales y relaciones laborales”, en Historia General de España y América. XVI-2. Revolución y Restauración (1868-1931), Madrid, 1982, 595. [8] Cfr. Alvarez Tardío, Manuel, “Fray Lazo: el anticlericalismo radical ante el debate constitucional de la Segunda República Española”, Hispania Sacra 50(1998)252-254. [9] Martina, Giacomo, Storia della Chiesa, III, Brescia, 1995, 311. Aunque empleamos la palabra anticlericalismo debido a su difusión y expresividad, no estamos de acuerdo en que sea un término correcto ya que pone el acento en la identificación negativa hacia el clero olvidando la decisiva intervención de los seglares en la vida de la Iglesia. [10] “Como es sabido, laico, en su primitiva significación, era aquel miembro de la Iglesia que no pertenecía al orden clerical. En nuestros días ha tomado significado de anticatólico y antirreligioso o, por lo menos, de neutral en materia religiosa. Laico es, pues, el hombre que, si no ataca a la religión, prescinde de ella. En política, laico es el Gobierno y el Estado que prescinden de Dios como tal Estado y tal Gobierno” Herrera Oria, Enrique, “Laicismo moderno en la educación”, en La crisis moral, social y económica del mundo. VII Curso de las Semanas Sociales de España, Madrid, 1934, 159. [11] Alvarez Tardío, Manuel, “Fray Lazo: el anticlericalismo...”, op.cit., 256. [12] Cárcel Ortí, Vicente, La persecución religiosa en España durante la Segunda República, Madrid, 1990, 91-92. [13] Palacio Atard, Vicente, Cinco historias de la República y de la Guerra, Madrid, 1973, 41. [14] Montero Moreno, Antonio, Historia de la persecución religiosa en España, Madrid, 1961, 34. [15] Cit.por Arrarás, Joaquín (dir.), Historia de la Cruzada Española, I, Madrid, 1940, 45. En 1909 afirmaba desde Buenos Aires: “Cuando conocí detalles de vuestro comportamiento en los días de la semana gloriosa, mi deseo habría sido volar a vuestro lado, y me decía con orgullo: ¡son ellos, son mis discípulos! “. [16] Montero Moreno, Antonio, op.cit., 25. [17] Arboleya Martínez, Maximiliano, “La apostasía de las masas”, en La crisis moral, social y económica del mundo. VII Curso de las Semanas Sociales de España, Madrid, 1934, 447. [18] Entre paréntesis, cuando ahora tantos insisten en presentar la imagen de una Iglesia beligerante contra la Segunda República debería causarnos un tanto de rubor esta realidad: apenas una voz, la del Cardenal Segura, se levantó para agradecer a la monarquía lo que esta institución había hecho durante siglos en favor de la fe católica en España. [19] Ledesma Ramos, Ramiro, Escritos políticos 1935-1936 (¿Fascismo en España?, La Patria Libre, Nuestra Revolución), Madrid, 1988, 62-63. [20] Matorras, Enrique, El comunismo en España desde 1931 a 1934. Sus orientaciones, su organización y su procedimiento, Madrid, 1935, 38-39. [21] Cfr. Arrarás, Joaquín (dir.), op.cit., I y II. [22] Cit.por Arrarás, Joaquín (dir.), op.cit., II, 445. [23] En estos datos hay un margen de imposible precisión pues, en ocasiones, no se conoce la fecha exacta de muerte. [24] La idea y su explicación, refiriéndose a la represión republicana en general, en: Salas Larrazábal, Ramón, “La represión en territorio republicano”, en Aportes 8(1988)58. En muchos lugares era ya literalmente imposible encontrar un sacerdote o religioso. [25] Garralda Arizcun, José Fermín, op.cit., 510. Artículo anterior _________________________________________ Ahora voy a copiar unas frases de algunos de los protagonistas de aquella España: El cardenal Vicente Enrique y Tarancón, que vivió aquellos tristes hechos de la guerra civil, dejó una frase lapidaria: “Los rojos pretendían descristianizar a España: era obligatorio empuñar las armas en defensa de la fe [...]. Los rojos, pretendían, además, hacer de España un satélite de Rusia”. Andrés Nin, jefe del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), en un discurso pronunciado en Barcelona el 8 de agosto de 1936, no tuvo inconveniente alguno en declarar: “Había muchos problemas en España... El problema de la Iglesia... Nosotros lo hemos resuelto totalmente, yendo a la raíz: hemos suprimido los sacerdotes, las iglesias y el culto”. El secretario general de la sección española de la III Internacional, José Díaz, afirmaba en Valencia el 5 de marzo de 1937: “En las provincias en que dominamos, la Iglesia ya no existe. España ha sobrepasado en mucho la obra de los soviets, porque la Iglesia, en España, está hoy día aniquilada”. Al ser preguntado el Presidente de la Generalidad de Cataluña, Lluís Companys, a finales de agosto de 1936, por una periodista de L’Oeuvre sobre la posibilidad de reanudar el culto católico, respondió: “¡Oh!, este problema no se plantea siquiera, porque todas las iglesias han sido destruidas”. El tristemente conocido diario socialista-anarquista, Solidaridad Obrera, el 15 de agosto de 1936, incitaba en estos términos: “Hay que extirpar a esa gente. La Iglesia ha de ser arrancada de cuajo de nuestro suelo”, y en el número correspondiente al 25 de mayo de 1937, publicaba lo siguiente: “¿Qué quiere decir restablecer la libertad de cultos? ¿Que se puede volver a decir misa? Por lo que respecta a Barcelona y Madrid, no sabemos dónde se podrá hacer esta clase de pantomimas. No hay un templo en pie ni un altar donde colocar un cáliz... Tampoco creemos que haya muchos curas por este lado... capaces de esta misión”. Un testimonio muy elocuente es el que dio Manuel de Irujo Ollo, dirigente del Partido Nacionalista Vasco, ministro sin cartera (septiembre 1936-mayo 1937) en los dos Gobiernos de Largo Caballero, y ministro de Justicia en el gabinete de Negrín (18 de mayo de 1937), que en una reunión del gobierno celebrada en Valencia el 9 de enero de 1937, presentó el siguiente Memorándum sobre la persecución religiosa: “La situación de hecho de la Iglesia, a partir de julio pasado, en todo el territorio leal, excepto el vasco, es la siguiente: a) Todos los altares, imágenes y objetos de culto, salvo muy contadas excepciones, han sido destruidos, los más con vilipendio. b) Todas las iglesias se han cerrado al culto, el cual ha quedado total y absolutamente suspendido. c) Una gran parte de los templos, en Cataluña con carácter de normalidad, se incendiaron. d) Los parques y organismos oficiales recibieron campanas, cálices, custodias, candelabros y otros objetos de culto, los han fundido y aun han aprovechado para la guerra o para fines industriales sus materiales. e) En las iglesias han sido instalados depósitos de todas clases, mercados, garajes, cuadras, cuarteles, refugios y otros modos de ocupación diversos, llevando a cabo –los organismos oficiales los han ocupado- en su edificación obras de carácter permanente. f) Todos los conventos han sido desalojados y suspendida la vida religiosa en los mismos. Sus edificios, objetos de culto y bienes de todas clases fueron incendiados, saqueados, ocupados y derruidos. g) Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y fusilados sin formación de causa por miles, hechos que, si bien amenguados, continúan aún, no tan sólo en la población rural, donde se les ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en las poblaciones. Madrid y Barcelona y las restantes grandes ciudades suman por cientos los presos en sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter de sacerdote o religioso. h) Se ha llegado a la prohibición absoluta de retención privada de imágenes y objetos de culto. La policía que practica registros domiciliarios, buceando en el interior de las habitaciones, de vida íntima personal o familiar, destruye con escarnio y violencia imágenes, estampas, libros religiosos y cuanto con el culto se relaciona o lo recuerda”. _________________________ Saludos
Muy buena información. Debe ser más difundida para que el público se forme un idea más equitativa de lo que vrdaderamente sucedió en la Guerra Civil Española, pues ahora lo que abunda es el punto de vista Republicano que desacredita y demoniza totalmente a sus contrarios.
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